La primera vez que vi su imagen y escuché su voz, fue en el noticiero televisivo “24 horas” de Jacobo Zabludovsky, donde Cuevas decía que se marchaba de México porque en su propio país no lo comprendían ni valoraban su arte… Así, en 1976, emigra a Paris y se despide de México con la exposición intitulada José Luis Cuevas: su infierno terrenal, en el Museo de Arte Moderno… Recuerdo el cabello lacio y largo que enmarcaba los expresivos ojos verdes de un hombre que vestía chamarra de piel negra y una muñequera en su mano izquierda, imágenes que me impactaron y me sumergieron en un profundo sueño que se convirtió en la búsqueda de ecos cuevianos en periódicos, revistas, entrevistas radiofónicas que iban conformando una leyenda.
¿Cómo acercarme a la leyenda de un artista cuyo nombre se constituía en un vértigo abismal? ¿cómo tocar con osadía la mirada de un pintor y escritor que infiere en las entrañas del ser develando sus pasiones?… El placer de la literatura, la escritura y el ejercicio periodístico, me darían la virtud de poder afianzar múltiples conversaciones que se plasman en el libro José Luis Cuevas, una fascinante leyenda,… Leyenda de un hombre que dice ser un artista de cuartos cerrados y ser un pintor de ciudad, en una metáfora de ventanas que se despliegan en dibujos donde no se observa el paisaje, porque este es único y universal en el tiempo.
Tiempo, escenario donde el artista se proyecta a la vida a través de temas obsesivos como la enfermedad, el despotismo, la prostitución, el amor, el erotismo, la miseria y la violencia. Y si bien, críticos como José Gómez Sicre afirmaron que la obra de Cuevas nunca tuvo infancia, el hombre que yo he conocido es un ser intrínsecamente atado a ella.
Una infancia plasmada en Autorretrato niño, 1993, donde el Cuevas niño, el “güerito pintor”, emerge de su casa ubicada en el Callejón del Triunfo, con un aparente saludo al tiempo… Un autorretrato donde Cuevas nos mira con un destello de nostalgia y placidez, presagiando las sombras del mundo a través de sus dibujos y de su escritura…
En hojas sueltas
arrancadas cada hora
hoja suelta cada hora
José Luis…
¿Cómo tomar un pedazo de carbón y garabatear bocetos que reflejen los latidos de un artista? ¿Cómo incidir en el mar de un personaje a momentos inalcanzable en el tiempo? ¿Cómo develar inquietudes y pensamientos de un ser por excelencia polémico, arrogante, pero en el fondo fiel y sorpresivo como un niño?
Para Octavio Paz, “cada poeta es un latido en el río del lenguaje”… Río de sombras y amaneceres que se diluye en totalidades y fragmentos irrumpiendo con latidos el lenguaje de un dibujante, pintor, grabador, escultor y escritor que ha conservado siempre la esencia de un enfant terrible: José Luis Cuevas.
¿Cómo hablar de un hombre que se enfrentó a la crisis del primer movimiento artístico en América como fue el muralismo, iniciado en 1921?, del cual también Paz señala que “fue la primera respuesta americana, en el dominio de las artes visuales, al gran monólogo del arte europeo.” ¿Cómo expresar la maestría de un artista que revela la esencia de una realidad que envuelve al ser humano en espejismos y pasiones?
Espejismos y pasiones de un dibujante que nos muestran el arte como un camino de su propia libertad que ha plasmado un grito de desafío porque su obra -afirma Paz-, “no es un juicio sobre la realidad exterior. Es un mundo de figuraciones que, asimismo, es una revelación de realidades escondidas…” Realidades de un pintor que en este fin de siglo despliega modernidad no como novedad, sino como la conjunción de inicio y continuidad que viene del origen al presente con “los privilegios de la vista”.
Privilegios de un artista que dibuja en huellas eternas, voces, pasiones y sueños que adquieren presencia en uno y mil rostros: fantasmas de feroz rebeldía, melancolía y dolor ante un mundo en el cual Cuevas se aventura con osadía en sus más íntimos espacios, en hojas sueltas donde…
traza un pueblo de líneas
iconografías del sino
grieta vértigo tremedal
arquitecturas
en ebullición demolición transfiguración
Una hoja suelta, una historia, una leyenda… 26 de febrero de 1934, José Luis Cuevas Novelo nace en la ciudad de México, cerca de donde está ubicado el museo que lleva su nombre. Fue hijo de Alberto Cuevas Gómez, alias “Jimmy Caselli”, piloto militar que entrenaba en su juventud como boxeador profesional y de María Regla Novelo.
Dicen que José Luis antes de hablar ya dibujaba y para comunicarse hacía dibujos en hojas de papel. Su facilidad para dibujar la heredó de su abuela paterna y de su madre quien pintaba, ejercicio que abandonaría al casarse. Existen unas fotografías donde aparece pintando óleos y recuerda que su abuela dibujaba muy bien. Sin embargo, cuando era pequeño y tenía que dibujar o hacer sus trabajos escolares, generalmente le pedía a su mamá que le ayudara a hacerlos. “Me ayudaba sobre todo cuando se trataba de dibujar una silla, porque mis conocimientos de perspectiva eran nulos y aunque tenía gran facilidad para el dibujo, no dominaba la perspectiva.”
Y es precisamente viendo las imágenes de La Conquista, La toma de Cuernavaca, La esclavitud en el Trapiche y Emiliano Zapata, de los murales que Diego Rivera realizó en el Palacio de Cortés en Cuernavaca durante un paseo dominical, cuando José Luis expresa a su familia el sentido de su vida: “Dicen que me quedé frente a los murales mucho tiempo -y después- erguido, teniendo a mis pies una ciudad poco iluminada en esa época, anuncié a la familia que cuando fuera grande sería pintor como Diego Rivera.”
Cuando tenía cinco años conoce a Diego Rivera quien iba junto con Vicente Lombardo Toledano a la fábrica de papel y lápices “El lápiz del Águila”, lugar donde Cuevas vivía en los altos de la fábrica donde su abuelo era administrador, para platicar y apoyar a los obreros que se habían puesto en huelga. La corpulencia del artista y su sombrero tejano le producía gran respeto, recuerda que Rivera pasaba mucho tiempo en una tienda de campaña que los trabajadores levantaron a la entrada de la fábrica y escuchaba con insistencia las palabras miseria y hambre.
sobre la hoja
contra la hoja
desgarra acribilla pincha sollama atiza
acuchilla apuñala traspasa abrasa calcina
pluma lápiz pincel
fusta vitriolo escorpión
Inquietud que aumenta con los asombros que contemplara de un mundo esplendoroso y cruel en el Callejón del Triunfo, donde estaba situada la fábrica, ubicada en el centro de la ciudad de México. Callejón de vida, de prostitutas, de mendigos que serán después imágenes obsesivas en su obra.
También a los cinco años, José Luis obtuvo el Premio Nacional de Dibujo Infantil con un Autorretrato como niño obrero, concurso donde también había dibujos de niños campesinos porque el tema versaba sobre el campo y la ciudad. Premio que le fue entregado por el entonces Presidente de México, Lázaro Cárdenas en el estadio nacional que estaba situado junto a la escuela primaria donde Cuevas estudiaba. Era el estadio de los desfiles y encuentros deportivos de fútbol soccer y a José Luis le tocó hablar en representación de los niños y dijo lo siguiente: “Señor Presidente Lázaro Cárdenas, es para mí muy emocionante recibir el premio al mejor dibujo infantil de la República. Sin embargo, señor Presidente, debo reconocer que el premio fue absolutamente justo…”, surgiendo una gran ovación entre las personas y militares presentes en este acto.
Desfile en el cual José Luis Cuevas salió disfrazado de capitán, marchando junto a otros niños disfrazados de obreros y campesinos. Parecía un personaje de caricatura de José Clemente Orozco, su mamá le hizo un genial disfraz con un sombrero de copa y le puso una almohada para que se viera panzón. Llevaba también una bolsita marcada con el signo del dólar, con el cual trataba de comprar a los campesinos que lo iban amenazando, “es decir, tratando de comprar la conciencia de los trabajadores mexicanos a través del dólar…”
En los inicios de su formación artística, las influencias más poderosas en su obra son las de José Clemente Orozco, autor de La visión del Apocalipsis (realizado en el Hospital de Jesús) y La Catarsis (en el Palacio de Bellas Artes) entre otras obras y del novelista ruso Fiódor Dostoyesky. Ambos artistas reflejaron esos submundos, esos aspectos obscuros del alma humana que de alguna manera influyeron poderosamente en su trabajo.
“José Clemente Orozco en cierta ocasión dijo que un cuadro era un gran poema, lo cual me parece cierto y estoy de acuerdo con él. Su obra fue mi primera gran influencia, era una artista verdaderamente excepcional; cuando uno está en los inicios de su carrera y esto es algo que los jóvenes no deben temer, tienen que acercarse a otros artistas. A través de la imitación de lo que otros hacen cuando eres joven, acaba uno encontrando un estilo.”
“El arte, como bien decía Pablo Picasso, es una fantasía y mi obra también está llena de fantasías producidas por mi imaginación. Pero aún las fantasías son el resultado de algo y es imposible que en el artista no existiera esa deformación de la realidad. Mi obra es realista porque parte de cosas observadas y experiencias propias y si en mis dibujos hay distorsión, también puede haberla en mis relatos autobiográficos. Hay la distorsión natural de cualquier artista, pero no la búsqueda de mentir ni la actitud premeditada de engañar y esa distorsión, esa capacidad de darle un sentido distinto a las cosas es precisamente la imaginación.”
Imaginación cueviana que emerge de los primeros dibujos que Cuevas realizara frente a los espejos antiguos de la casa de su abuelo paterno, lugar donde transcurrió su infancia. Algunos de estos espejos estaban levemente inclinados y Cuevas se acostaba frente a ellos, empezando a trazar sus primeros autorretratos cuando tenía sólo cinco años, así como a realizar dibujos de gatos que delinearán después al polémico personaje del “Gato macho”.
En el presente, el corazón de Cuevas está colocado en su sitio exacto. “Siempre estoy al pendiente de el para oírlo palpitar y sentir que estoy vivo para enfrentar la vida, los malos sueños y despertar renovado a cumplir mi incesante tarea iniciada desde la infancia: el dibujo…” El dibujo, elemento como finalidad en sí mismo, como la expresión más acabada, más transparente, esencial y de difícil travesía de la expresión plástica y donde reside la fuerza impresionante del arte cueviano. Cuevas pinta dibujando, pinta con la línea, por ello Fernando Gamboa lo llamó ciertamente el mejor dibujante del mundo. Un artista de gran riqueza expresiva que reside en su forma de distorsionar su mundo exterior y crear uno propio, bajo su fiel mirada.
“Cada artista tiene su propio mundo pictórico, resultado de sus experiencias personales. Me intrigan los artistas que copian a otros, porque me resultaría más difícil ser otro que yo mismo. El artista cuando está en la soledad de su estudio trabajando, es como si recibiera visitantes que emergen de su imaginación y en lo personal, estos visitantes me han hablado en diferentes épocas y momentos. Siempre están presentes cuando dibujo, algunos vienen de la infancia, otros de la adolescencia e incluso emergen de mis lecturas. Así, cuando evoco situaciones, de pronto puedo recordar algo que quizá no ocurrió, pero es resultado de lecturas antiguas, son personajes de ficción. Sin embargo, el artista no incurre en la mitomanía porque es auténtico, sincero y muchas cosas por mí vividas o que imaginé haber vivido, pueden ser sueños. Hay una especie de distorsión en mis recuerdos, algo natural en un artista expresionista como soy yo.”
El espejo en su obra significa una advertencia contra la complacencia y la placidez, donde se establece el encuentro del artista con su pasión y obsesión principal: el autorretrato. “Uno está habitado por diferentes personas y esto lo he expresado a través de las diversas formas en que me he autorretratado. Pero también surge la necesidad de situarme en épocas que no viví, donde existían artistas a los cuales admiro y a los que frecuento en los libros o en los museos cuando viajo. Yo soy los otros también, mi obra no esconde a otros personajes, es de una claridad sumamente diáfana que deja al descubierto de alguna manera, a veces incluso descarnada, lo que yo soy. Observándome, mirándome y conociéndome, es también una forma de conocer a los otros en sus odios, rencores y sentimientos. No es una actitud narcisista, es la necesidad de conocerse a uno mismo a través del espejo y dejar fijada esa impresión en múltiples dibujos.”
“Mi obsesión por el autorretrato es como la obsesión del autorretrato de Rembrandt o la obsesión de los girasoles por parte de Van Gogh que aparecen en diferentes obras; las manzanas de Paul Cezanne o los alcatraces de Diego Rivera. En mi caso, mi obsesión por el autorretrato, algunos lo interpretan como una actitud narcisista y no es así, porque no es autocomplaciente; es una imagen inquietante donde hay nostalgias del pasado, pero yo diría y esto es muy importante, hay nostalgias del futuro…”
conmemora condecora
frente pecho nalgas
inscribe el santo y seña
el sino
el sí y el no de cada día
Y si bien es cierto que Cuevas es un ser ególatra como algunos afirman, esta egolatría es el arma fiel de cualquier niño que se aventura con osadía al mundo. Sin embargo, afirma que no le gusta ser ególatra: “Hay personas que siempre atraen la atención pública, pero otras no. La mayoría de las personas de mi generación no tienen esa capacidad para atraer la atención pública y eso no es peyorativo ni en detrimento a ellos. Hay quienes ocultan absolutamente su vida privada, yo la expongo públicamente porque considero que de lo contrario la obra de arte sería una mentira.”
Imaginación que vislumbra a un personaje múltiple del erotismo que fluye en Éxtasis, 1994, Inquietud, 1993; Autorretrato en el motel, 1993 y en sus diarios eróticos que habitan en el Museo José Luis Cuevas… Erotismo fiel y tormentoso que el pintor plasma también en su escritura a través de narraciones que para algunos son simplemente fantasía y que muestran a un Cuevas frívolo, con poses que ensombrecen la fiel verdad del pintor, donde emergen las mujeres prostitutas que habitaban en el Callejón del Triunfo y a las cuales el “güerito pintor” observaba. Por eso, su autorretrato de Éxtasis, 1994 es una conjunción perfecta del amor y el erotismo, además de la espléndida cachondez que define su obra.
su error su errar su horror
su furia bufa
su bofa historia
su risa
rezo de posesa pitonisa
También se destacan su humor e ironía para enfrentarse al mundo y sus limitaciones, como lo hizo con su famoso ensayo titulado La cortina del nopal, que Fernando Benítez publicó en el suplemento México en la cultura en 1957 y que fue quizá su primer “grito en el silencio” –como expresaría Carlos Fuentes- frente al dogmatismo de la Escuela Mexicana de Pintura, en la década de los años cincuenta.
En ese ensayo ataca la hegemonía del muralismo en la plástica mexicana y habla de aquellos seres a los que la Revolución Mexicana no hizo justicia, los que nos sintieron el triunfo de la Revolución. Y lo escribe después de leer un artículo de Andrés Henestrosa, publicado también en el suplemento de México en la Cultura, donde expresaba que posiblemente Cuevas ignoraba los aciertos de la Revolución, no los había advertido y que los temas de sus obras tenían que ver con un México anterior a la Revolución que había resuelto muchos de los problemas que Cuevas tocaba. “Yo le contesté con un extenso artículo donde señalaba que los temas de mi obra salían absolutamente de la realidad: eran apuntes tomados al natural en los barrios bajos de la ciudad de México, donde desfilaban los personajes de los mendigos y los miserables, de aquellos seres de un dormitorio para indigentes donde yo me asomaba, de las prostitutas, de los desheredados y de todas aquellas imágenes que veía desde mi infancia en el Callejón del Triunfo.”
“En otros artículos escritos en el mismo suplemento, arremetía contra los “santones del muralismo”, de la pintura mexicanista. Mis primeras víctimas fueron Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros que aún vivían y que además eran hombres peligrosos, porque andaban armados. Yo no formaba parte de ningún grupo, era una voz aislada que surgía de pronto. Recuerdo la cantidad de ataques que recibí, pero seguí escribiendo cada vez más y con mayor intensidad. Tuve también defensores como Elena Poniatowska que me entrevistaba para este mismo suplemento, de manera que empecé a sentir que no estaba tan solo y surgiría después la llamada Generación de la Ruptura a la cual pertenezco, con artistas notables y de gran valor artístico.”
“Los personajes de Diego Rivera, esos inditos de mercado, gorditos y simpáticos, nada tenían que ver con los niños famélicos que yo mirara en los barrios bajos de México y en el caso particular de David Alfaro Siqueiros, éste representaba al proletariado con personajes musculosos que demostraban una fuerza física que yo no encontraba en los pobres trabajadores de la fábrica de papel donde transcurrió mi infancia. Romper con Siqueiros o con Rivera fue relativamente fácil. Después vendría otra ruptura más difícil y dolorosa: romper con el camino que uno mismo se ha trazado y eso es aún más difícil.”
¿Quién es Cuevas en este fin de siglo?… Cuevas es un hombre barbado, de pelo entrecano que, al mirar a cada uno de nosotros, mira a la humanidad entera. Es el ser que ama las diversas texturas de papel para profanar con imaginación trazos y líneas de diversos personajes que susurran en el tiempo… Es el autor fiel de La giganta, obra postmodernista que vuelve a los orígenes con sentimientos de fuerza y de misterio, en una dualidad poética que vislumbra la eternidad del hombre en el tiempo.
Es el artista que se atreve a dibujar sobre cualquier superficie, aún en la palma de una mano, en aras de la expresión del arte. Pero es sobre todo el niño que gira en espejismos para dibujar heridas, como bien expresó el poeta Octavio Paz en Totalidad y Fragmento y que me hicieron cierta vez preguntarle qué significa para él la metáfora de la herida y Cuevas contestó lo siguiente: “Significa que en el niño está todo. Todo es hijo del niño y uno no desea abandonar la infancia, chiquita querida…
“No soy colorista porque me expreso a través de la línea, de las formas y el color lo aplico en búsqueda de atmósferas, a diferencia de Matisse o de Rufino Tamayo que se expresan a través del color. Toda obra siempre la empiezo dibujando y a veces en una obra, la línea sí es pictórica. Por ello, cuando gané en 1959, el Primer Premio Internacional de Dibujo en la Bienal de Sao Paulo, Brasil con 40 obras de la serie Funerales de un dictador me sentí orgulloso cuando el dibujante venció al pintor.”
Un artista cuya riqueza expresiva reside en su forma de distorsionar su mundo exterior y crear uno propio, bajo su fiel mirada. Rara vez en su obra se sugiere el paisaje, pero domina la presencia del ser humano y tampoco es importante la presencia de objetos inanimados. “Mi obra se debe considerar como un todo: el hombre y su circunstancia.”
Cuevas trabaja en el más absoluto silencio, la música le perturba, busca el aislamiento y evita toda presencia humana. Le angustia dejar obras inconclusas, no le gusta trabajar en las noches. Su trabajo es continuo, trabaja con rapidez y fecha cada una de sus obras; comienza a las seis de la mañana y termina antes del mediodía, para salir a la búsqueda de largas correrías, de asombros e inquietudes que delinean el arte cueviano.
Para Cuevas la obra que el artista produce cotidianamente no emana del gran arte, simplemente es el resultado de las cosas que el artista vive todos los días, incluso de situaciones vulgares y eso es el valor y la importancia de los artistas, de sublimar incluso lo cotidiano y convertirlo en arte.
¿Por qué Cuevas es un actor de su propia obra y de su propia leyenda?: “Todo artista, sobre todo figurativo, de alguna manera es un actor o quizá un director de teatro, desde el momento en que hace gesticular a todos los personajes que dibuja o que pinta. En mi caso, hay una especie de talento innato de dramaturgo. En realidad, en mi obra hay mucho de representación y de teatralidad y si en mi obra hay esos elementos, es completamente natural que también existan dentro de mi actuación en el mundo…”
Relatos de un hombre que está siempre en búsqueda constantes de inquietudes que nos hace pensar que, si los silencios de Miró delinearon sus asombros, en Cuevas, los silencios son el espacio fiel de su imaginación que dibujan una imagen y una leyenda en el tiempo…
Y Cuevas susurra: “Muero cada día. No hay nada nuevo en ello. Sí, debo confesar aversión a dejar de ser, a ese grito sin eco que es la muerte.” Por ello, siempre ha tenido ese juego tan intenso con el fantasma de la muerte, pero ¿es esto un real desafío o simplemente, la máscara de una cobardía?: “He llegado a más que eso porque me he autorretratado imaginándome como muerto, como yo ya no podré verme, pero como puedo verme después de ese trance tan terrible que es la muerte, algo que me llena de angustia” y si ha puesto tanto angustia cuando ha dibujado cadáveres, en realidad Cuevas expresa no la angustia que siente frente a la muerte de los otros, sino ante la idea de que él también es mortal. “Morir es ser asesinado por la vida, es un acto de injusticia terrible, por eso quiero de alguna forma poder prolongar la vida sin importarme el envejecimiento ni el deterioro, al hecho terrible de morir…”
La leyenda se reescribe
tarántula tarantela
tarambana atarantada
teje trama entrelaza
líneas
sinos
un pueblo
una tribu de líneas
vengativo ideograma
¿Cuál es la opinión del medio artístico e intelectual sobre Cuevas?: Fernando Leal Audirac siempre ha tenido una gran admiración por el trabajo de Cuevas, del cual señala: “Siendo el artista vivo más importante de México, siendo una de las personalidades más conocidas de nuestro país en todo sentido, y sabiendo todo mundo que su obra consiste en gran parte en un sinnúmero de autorretratos, pocos conocen en qué consiste la variedad, el peso específico y la aportación concreta de José Luis Cuevas a la historia del arte mundial. Su aportación es de las más complejas y enriquecedoras de la segunda mitad del siglo. Esa aportación consiste en la jerarquización del dibujo al nivel de la pintura, una batalla que Cuevas tuvo que dar en contra de la generación de mi padre Fernando Leal, la generación de los muralistas.”
“Imagínate Luz, la audacia de un joven artista que se presenta a principios de los años 50 a decirles NO a los señores que pintaban inmensos murales al fresco, NO con todo el poder y con todo un discurso histórico. Él les dice: “pues frente a su discurso histórico yo les opongo mi vida privada” y aquí hay una operación de carácter artístico de indiscutible valor. Pero su aportación principal es la jerarquización del dibujo y de todos sus medios en donde con maestría, como muy pocos y podría yo referirme al caso de Pablo Picasso, como un predecesor indiscutible suyo, y al que él además admira muchísimo, digamos un grafómano verdaderamente que sería su modelo que es Picasso, del cual hereda esa riqueza casi ilimitada de recursos gráficos. Su dibujo es gráfico no pictórico, es decir, no es un dibujo al servicio de la pintura, no es un dibujo que sea una pintura en blanco y negro como paso previo para hacer un cuadro, es un fin en sí mismo y se basa en su recurso principal que es la línea activa.”
Raúl Anguiano señalaba: “Recuerdo que Siqueiros que era muy jovial y generoso en algunas ocasiones, cierta vez dijo sobre Cuevas (cuando había aquella polémica y Cuevas atacaba a Siqueiros, a Diego y a mí) que su dibujo era muy dramático y muy fuerte. Yo agregaría que llegó a crear un estilo muy personal, original, fuerte y dramático. Cuevas es pintor, yo he visto sus exposiciones en La Joya, cosas que no hemos visto tal vez en México, dibujos acuarelados con tintes tenues, pero con una gran armonía en esas tonalidades de color, sobrias, lo cual quiere decir que es pintor no sólo dibujante, por su manejo y sobriedad en las gamas de color.”
Para el dramaturgo Hugo Arguelles, “como artista, José Luis es único en nuestro país y único a nivel universal en su estilo. Se puede hablar de un Goya, pero también se puede hablar de un Cuevas en el mismo nivel; esto quiere decir que se inscribe en la más profunda y violenta de las formas de la corriente expresionistas en arte. Nadie como él la expresa con ese sentido de síntesis que tiene su dibujo y la profundidad del gesto de sus personajes. El adentrarnos hacia lo que es el horror no es más que otras de sus manifestaciones de profundidad, él tiene un gran sentido trágico y sabe expresarlos de manera pura porque eso es para mí su arte: la pureza de la expresión trágica.”
Para Juan Soriano, Cuevas puede ser una persona absolutamente encantadora o muy chocante cuando él quiere. “Pero eso me gusta, no es una crítica. Me gusta su trabajo, tiene una gran personalidad y una manera especial de pintar, aunque cree que el dibujo no es igual que la pintura y el dibujo sí es igual que la pintura, absolutamente. Considerarlo solamente como un dibujante es algo despectivo, como para decir que es menos importante y no es así. El dibujo es solamente una forma de expresión, afirmar que una composición de piano de Chopin no es tan genial como la sinfonía de cualquier otro músico, es una mentira. Es genial lo que es genial y lo puede ser un dibujo y algunos dibujos de José Luis son hermosos y llenos de una pasión muy particular.”
“Tiene mucha imaginación para vivir, es ingenioso, es maravilloso imitándonos y eso es un don de artista, por eso nació la caricatura que no es un arte antiguo, es bastante moderno porque nace de alguien como un artista, como un pintor que sabe ver y observar: con dos gestos, con dos palabras, con dos sonidos, José Luis te describe al personaje más complicado de la tierra y te mueres de la risa, no tiene que decirte quién es porque tú inmediatamente lo identificas.”
Manuel Felguérez expresa que, en 1953, cuando él estaba en Europa, Cuevas empieza a adquirir notoriedad en México. “Fuimos amigos y cooperamos mucho en el movimiento de ruptura, especialmente él que era desde entonces el grande, es capaz de decir las máximas barbaridades y acaparar todos los títulos de prensa y yo era más modesto y en la obra misma. Siempre lo he admirado como un gran dibujante, sin lugar a dudas.”
Elena Poniatowska conoció a José Luis Cuevas cuando él era muy joven, guapo y absolutamente encantador, no se tomaba nada en serio, tenía un enorme sentido del humor y le gustaba andar en motocicleta, se lo presentó Antonio Souza. “Siempre me ha parecido un gran pintor. Recuerdo que no reíamos muchísimo, me contaba que cuando se subía a los autobuses y se codeaba cotidianamente con un albañil, éste le preguntaba: “¿Oye, tú no has andado con una gringa?”. Conocí a Cuevas cuando él iba mucho a “La Castañeda”, a hacer retratos de los enfermos y siempre tuvimos una enorme simpatía, que luego se perdió; ahora nos vemos poco, pero cuando lo encuentro siento el mismo cariño y admiración que sentí por él cuando yo tenía 20 años.”
Carlos Monsiváis señala que el Museo José Luis Cuevas es un lugar espléndido que completa la gran cuarteta de museos del Centro Histórico de la Ciudad de México: la Catedral Metropolitana, sitio religioso que además es un extraordinario museo; el Palacio Nacional que tiene toda esta parte de museo con sus murales; el Templo Mayor y el Museo José Luis Cuevas que dignifican un centro histórico y cultural del país. “Todo museo es importante porque le abre al público la posibilidad de contemplar obras de arte significativas, extraordinarias o simplemente buenas. Cuevas creó un personaje singular que es José Luis Cuevas, ese personaje singular es un gran artista. Me gusta mucho su escultura de La Giganta.”
Apuntes finales sobre Cuevas
El diccionario señala que leyenda es toda narración literaria en la que se hace referencia a la vida de personajes o a determinados sucesos que la mayoría de las veces no han existido ni ocurrido. La leyenda se caracteriza por la intromisión de elementos sobrenaturales y maravillosos en su contenido. La historia en sus comienzos no fue otra cosa que una sucesión de leyendas transmitidas de generación en generación. No todas las leyendas son falsas; muchas relatan hechos verdaderos y otros deforman o desfiguran al explicarlos.
Apuntes finales sobre Cuevas
En el caso particular de José Luis Cuevas, existe una especie de vocación innata nunca cumplida que es la vocación del actor, la cual se hace presente en su arte dibujístico y literario. Un actor joven puede representar a un anciano o al rey Lear sin tener la edad del rey Lear, simplemente a través de los ropajes y del maquillaje, aparece en un escenario representando la voz y los gestos de un anciano. En ese sentido, también, José Luis puede representarse de mil maneras en autorretratos dibujísticos o literarios e incluso puede representarse como otros artistas, porque el arte es una representación también.
Apuntes finales sobre Cuevas
Y Cuevas se representa como Van Gogh, Rembrandt, Goya, Picasso, el subcomandante Marcos o en obras muy antiguas se representó como algunos personajes de Shakespeare, donde él es Romeo y está con Julieta. Es decir, ésa es la posibilidad de un artista, de que su propia imagen la pueda transformar y pueda ser muchas cosas y mucha gente, y eso es también una de las cosas maravillosas de la actuación, el actor siempre juega a ser otro. Y José Luis a través de su obra plástica ha pretendido ser otro sin dejar de ser él mismo.
Apuntes finales sobre Cuevas
Porque un ser como Cuevas que ha vivido con gran intensidad es también de una amplitud verdaderamente extraordinaria. “Soy absolutamente inagotable como inagotable soy también cuando relato mis sueños…” Relatos que versan entre la realidad y la fantasía. Entre los más antiguos recuerdos de Cuevas, está un primer viaje que fue mágico y extraño, que hizo con sus hermanos en barco a Yucatán para visitar a su abuelo materno quien era de origen italiano. Partieron a Veracruz en ferrocarril y en el puerto vio por primera vez el mar; en la playa recogió conchas y caracoles que llevó consigo al barco donde los dibujó y decoró con unas pequeñas acuarelas que su madre llevaba, los metió en una botella de cuello ancho que cerró herméticamente y la echó al mar, imaginando quizá que un náufrago, en algún sitio, las encontraría.
Quizá desde ahí surge en Cuevas esa necesidad de reconocimiento, en ese primer gesto de dejar una huella, ese afán de desplegar egolatría como el actor de su propia obra. En esa época, durante las noches que no conciliaba el sueño, imaginaba que ya alguien había encontrado ese frasco en un país remoto, extraño, exótico, quizá porque a pesar de ser pequeño, era afecto a las lecturas y a escuchar cuentos.
Pero un día sucedió algo terrible en el barco, el pasajero más pequeño a bordo que era José Luis, despareció. Lo buscaron por todos lados, su mamá desesperada gritando, le llamaba, auxiliada por los marineros, camareros, tripulantes y pasajeros que corrían en busca del niño perdido que se encontraba en la cubierta del barco… Después le contaron que fue recogido en el momento en que se iba a lanzar al mar, él tenía solamente cuatro años, pero lo que sucedió realmente no fue un intento de suicidio, sino que el barco llevaba ganado y se había muerto un animal que fue tirado al mar, entonces José Luis estaba inclinado tratando de ver al animal que flotaba y se iba perdiendo en la lejanía y fue en ese momento cuando fue recogido por su madre.
Para Cuevas esta experiencia fue maravillosa y cuando piensa en el mar (en realidad ha conocido tantos mares porque ha estado en tantos lugares), siempre recuerda el de Veracruz, el que vio por primera vez en el puerto de Progreso.
El sueño cueviano
En agosto de 1990, después de haber realizado una entrevista con el muralista Arnold Belkin, el primer artista que yo conocí cuando estudiaba Ciencias de la Comunicación en la UAM-Xochimilco, quien habló sobre la caída de Daniel Ortega en Nicaragua, el sandinismo y el elemento político en su obra, el pintor me dijo: “Luz, tienes que conocer y entrevistar a José Luis Cuevas, pero has que verdaderamente hable de su obra, de su trabajo, de sus técnicas, de sus inquietudes y no de las mujeres y esas cosas que siempre le hacen decir y a él le encanta decir a los periodistas…” Las circunstancias me iban acercando al maestro y el sueño se iba cumpliendo.
Ese mismo año, durante la presentación del libro Todo el amor de René Avilés Fabila (mi maestro en ese tiempo de Taller de Periodismo, en la UAM-Xochimilco) en el Museo Carrillo Gil, vi por primera vez a José Luis Cuevas, quien fue uno de los presentadores de la obra. Ahí estaba el artista, el personaje a quien siempre he admirado. Vestía una camisa rayada, pantalón negro, un saco gris y su clásica muñequera negra de piel que contrastaba con el cabello cano que iluminaba su rostro.
Abordarlo era casi imposible, lo saludaban gran cantidad de personas, así como firmaba libros, cuadernos, fotografías. Estaba ante el artista que tantas veces había visto en la televisión, en los periódicos y las revistas, un ser que desplegaba su conocida egolatría ante un nutrido público y periodistas que lo acosaban. No me atrevía a hablarle, simplemente lo observaba. Esperé hasta que el museo se fue quedando vacío y me acerqué a él, le dije que si podía tomarse una fotografía con él y el pintor aceptó. Poco después le dije mi nombre, le comenté que estudiaba periodismo y deseaba mucho hacer una entrevista con él. Cuevas aceptó y manifestó haber leído la entrevista que se había publicado con Arnold Belkin en el suplemento cultural El Búho de Excélsior.
Sin embargo, ese encuentro tan anhelado me produjo inseguridad, no me atrevía a llamarle, su leyenda se imponía ante la materialización real de un sueño. Seis meses después le llamé, fui a su casa a San Ángel, un lunes por la mañana, comencé a entrevistarlo, llevaba un cuestionario de 20 preguntas y de pronto me dijo con altanería, que curiosamente todo lo que le preguntaba, él ya lo había contado, “realmente les estoy dejando muy poca tarea a mis biógrafos”, y mientras encendía un cigarro me miró profundamente.
Yo dejé entonces el cuestionario junto a un reloj de arena, su estudio adquirió de pronto un profundo silencio e imaginé estar frente al inquieto niño al que Diego Rivera cierta vez le regaló un lápiz y le pregunté: “¿Qué dibujó el niño José Luis Cuevas Novelo con ese lápiz tan especial?”, entonces José Luis sonrió y dijo: “Sí, mi extraordinaria memoria visual me hace recordar toda imagen que haya plasmado sin importar la edad que tenía. Recuerdo que dibujé con ese lápiz un autorretrato, curiosamente un poco al estilo de Rivera. Me vi ante el espejo y me sentí de cierta forma un pintor por estar usando el lápiz de un artista cuyo nombre oía mencionar mucho. Incluso dentro del ambiente familiar, mi abuelo hablaba despectivamente de él, Diego constantemente era mencionado en los periódicos, pero nunca eran artículos elogiosos. Yo no leía en esos momentos todavía, pero escuchaba esos comentarios. Se le atacaba porque era comunista, porque escandalizaba. Mi abuelo decía que su obra consistía solamente en “monotes” mal hechos y pintados. Yo ya había visto sus murales en Cuernavaca cuando íbamos a pasear los domingos con mi abuelo. Entonces lo admiraba por el sólo hecho de ser pintor; además, el primer nombre de pintor que escuché en mi vida fue el de Diego Rivera. De manera que yo me dibujé con el lápiz que él me regaló, dibujo que se conservó durante un tiempo en la casa, en el ropero de mi madre como muchos otros dibujos míos de la infancia, pero en esa época nos mudábamos con frecuencia y entonces, este dibujo junto con otras cosas desapareció…” Y a partir de ese momento la barrera entrevistador-entrevistado se rompía para transformarse en una espléndida relación que me permitió no sólo descubrir a Cuevas como artista, sino a un ser que ama la vida en todas sus facetas: a un ser agresivo, hiriente, felino, cuando es provocado y atacado, pero también al hombre apasionado por el cine, la literatura, la poesía, además de su propia creación.
Un hombre que imita a los queridos maestros Juan Soriano, Raúl Anguiano, Vicente Rojo, Manuel Felguérez, Sebastian y Armando Morales entre otros artistas con los que también he trabajado, estableciendo conmigo múltiples diálogos ficticios. Por ello, al Cuevas que yo he conocido, es un ser expresivo, juguetón, con el que me gustaba hablar telefónicamente, casi todos los días durante las mañanas muy temprano, mientras él hacia dibujos o cuando lo entrevistaba. Dibujos y autorretratos que fueron conformando parte de la leyenda de José Luis y forman esta obra.
En ese contexto, las charlas que sostuve con el artista a partir de 1991 y presentes en este libro, no tienen el objetivo de ser un texto crítico a su obra, tampoco es una biografía ni un ensayo sobre su quehacer artístico. Son simplemente un acercamiento a la dualidad hombre-artista en un diálogo siempre inacabado, por ello tampoco es cronológico. Un diálogo donde trataba de vencer al Cuevas rodeado de espectadores en su casa en San Ángel, en su museo, en conferencias, donde la periodista pasa de la fascinación del hombre leyenda, al encuentro humano, al encuentro real y sin pretensiones de dos seres que tienen un fin común: en Cuevas, la creatividad y su expresión plástica y en mi caso personal, el juego de la oralidad y la escritura.
En cierta ocasión, le comenté a Cuevas, que en estos relatos hablábamos de cosas ya antes expresadas por él y comentó: “Martha Traba me hizo muchas entrevistas que curiosamente son las menos conocidas, las hizo para periódicos de Colombia como “Tiempo de Bogotá” y la revista “Nueva Prensa”. Pero tú, Luz García Martínez, tú no eres Martha Traba, no es ella quien me está entrevistando, eres otra persona la que viene aquí, a mi estudio, la que me acompaña a las conferencias que doy, o la chica estudiante que iba a las comidas en “El Cardenal” cuando se estaba haciendo la restauración del Museo José Luis Cuevas y por consiguiente tienes otra visión mía, eres distinta a como me vio Alaidee Foppa, Martha Traba y otras personas. De manera que el resultado va a ser un libro diferente, no importa que en cierto momento hagas referencia a cosas antes escritas, porque siempre hay un comentario tuyo que es distinto.”
A José Luis le sigue inquietando la vida, le inquieta profundamente el arte plástico como a un espectador. “La vida es inquietante definitivamente, como inquietante es nuestra realidad mexicana. Vivo en la misma inquietud, en la misma zozobra que siempre me ha acompañado. Han pasado tantos años y ahora estoy aquí, frente a ti, relatándote historias de mi infancia con estas barbas blancas que me dan un aspecto de San José…”
José Luis Cuevas, ¿el enfant terrible?: “Lo de terrible sigue, lo de enfant quedó atrás. En lo que se refiere al concepto de enfants , en realidad los artistas nunca abandonamos el territorio infantil. El sólo hecho de que te muevas en un mundo de fantasía e invención y considerando el arte, aunque sea tan terrible como el mío, no deja de ser un juego y los juegos son de los niños y de los artistas, de los creadores. Sí, es un juego entre la realidad y la fantasía…”
José Luis dibuja
en cada hoja de cada hora
una risa
como un aullido
desde el fondo del tiempo
desde el fondo del niño
cada día
José Luis dibuja nuestra herida.”
Totalidad y fragmento. A José Luis Cuevas. Octavio Paz en Los privilegios de la vista.
*Fragmentos del libro “José Luis Cuevas, una fascinante leyenda”, de Luz García Martínez, registrado en el Instituto Nacional de Derechos de Autor.